TREINTA Y TRES
La universidad salvó mi
vida y se convirtió en mi casa, me hizo sentir completa como lo estuve antes de
nacer y me contagió de lo eterno que vive dentro de mí. A diferencia de mis
padres y abuelos, como Juana de Asbaje, en otra época, acudí a la cátedra que
llegó con los hombres blancos que vinieron de más allá del mar, evangelizándolo
todo con el color de su lengua. Con el olor reciente a pólvora y sangre, el
peso del saber salmantino, dibujo temprana y sólidamente la herencia de los
treinta y tres claustros que como epistémicas semillas quedaron para siempre
transfigurando el verde onírico paisaje del CemAnáhuac. Como aquellos hombres,
yo también tuve que dejar mi pueblo para encontrarme con México-Tenochtitlán.
Allí descubrí el universo hispano que canta mientras se crea a sí mismo; desde
las Antillas hasta el norte pronuncia las huehuetlatolli, donde habita la
antigua sabiduría del colibrí, resguardada por el humanismo de Vitoria en ius
gentium.
Berenice G. F.
(XV Antología)
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