«… Estaba disfrutando
el sabor y el aroma, cuando una persona me saludó, el tono de su acento llevaba
la península ibérica. Por su vestimenta se deducía que era sacerdote. Portaba
un termo de café en las manos, me ofreció una taza, la digerí con gusto. Luego
contó que las plantas debajo de las cuales yo dormía databan de siglos, fueron
traídas por los monjes que fundaron la universidad. El hombre dio a entender
que eran parte del aporte cultural español a la cultura y gastronomía
latinoamericana…» (pág. 182, Douglas Ysturiz, «Una taza de café»).
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