SOBRE LAS ASCUAS DE LA VIRGULILLA DE LA EÑE
Aferrada a mi bolso he ido más allá de las columnas de Hércules, he desterrado al océano a las espaldas del tiempo, en la diversidad del momento, siguiendo las huellas de san Mateo y santo Domingo, desde Alejandría a las Indias. Sentí frío, sobre los dedos que desdibujan el amanecer, excitando al destino desde este siglo de locos que nos avasalla y nos ciega, quiero yacer sobre el calor de la virgulilla de la eñe. Difuminé los huérfanos segundos que agonizantes se dejaban morir sin entendimiento, y hoy, desde la palabra, he comprendido el significado de la hoguera, el trazo sensual que arropa y protege lo ilustre del lenguaje.
Fui cobarde cuando pensé que éramos opuestos y
dispares, que la vida nos cinceló sin armonía, caprichosamente, sobre el agua y
el frío. Hoy somos la misma leña, estamos en la hoguera que nos calienta la
perspectiva de nuestro mundo. El verbo es una gasa sutil que nos calma en la
penumbra y aleja a los caballeros de armaduras de hierro, engendrando tierras,
llanuras, colinas de espliegos y amapolas.
Con el bolso en la mano, sobre un oleaje de
mundos dispares, continúo siendo un rescoldo de la lumbre que nos nutre en la
triste niebla donde somos devorados por frases mal avenidas, con voces que nos
apuñalan y, sin embargo, por delante de estas columnas legendarias nos vestimos
de la misma lengua que nos configura, nos cose el pensamiento, las ideas, las
emociones, pintamos cuadros esculpidos con piedras de colores, donde la roca es
simple arenisca, desde donde construir el lenguaje del todo, al calor de la
virgulilla de la eñe.
Es el español un traje atento a nuestras
miradas, donde incluso las redondeces se forjan cuadrados de comprensión, desde
la fogata que nos alberga y nos tapiza.
Raquel Viejobueno
(XV Antología)
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