«… Isidoro,
así se llama el pequeño que viste sotana y cuyas sandalias envuelven sus
pequeños pies que aún no tocan el suelo de piedra al estar sentado, tiene clara
a su corta edad la sacralidad que abunda en la transmisión del saber. Comprende
que los libros son como puertas que permiten entrar a lugares donde da igual el
espacio y el tiempo porque quienes los han escrito siguen otorgando sabiduría y
grandeza pese a la muerte o al paso de los años y así como se deleita con todo
lo que le transmiten las letras de san Agustín, san Jerónimo, Virgilio o
Prudencio él también desea regalar sabiduría a otros seres humanos, compartir
con ellos la grandeza de Dios. Es esto lo que lo mantendrá cerca de la
eternidad…» (pág.
120, Cristóbal Campos Cerda, «Cerca de la eternidad»).
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