JUVENTUD
ARROGANTE
Excelencia,
padre mío, han pasado más de veinte años desde vuestro fallecimiento, pero seguís
siendo la luz que brilla en mi corazón. Por ello, una vez más, aquí, postrado
ante vos, vengo a referiros mis angustias y esta vez, además, a pediros perdón.
He
de contaros que he sido obligado por el rey Recesvinto a ocupar la sede
episcopal de Toledo, lo cual me ha causado una gran zozobra.
Ahora,
en el desempeño del cargo, me he dado cuenta de mi manifiesta ignorancia.
Me
arrepiento profundamente de haberme reído de vos cuando intentabais prepararme
con los conocimientos suficientes para participar en las reuniones de los concilios
de Toledo, donde eruditos obispos y cultos nobles se reúnen para debatir
problemas teológicos, de derecho y política.
Hasta
llegué a burlarme de la tarea que llevabais a cabo impulsando el proceso de
conversión de los visigodos al cristianismo; lo consideraba cosa fácil. No
apreciaba entonces vuestros esfuerzos, pobre tonto de mí.
Incluso
tuve la arrogancia de criticaros cuando conseguisteis implantar la semilla de
la entidad territorial, centrando la atención en la unidad religiosa y en un
sistema educativo básico.
Recordando
ahora vuestra erudición y vuestras habilidades políticas, he de reconocer que
no os llego ni a la suela de vuestras sandalias. Me veo sobrepasado en todas y
cada una de las reuniones. ¡Me niego a intervenir en los debates políticos! Yo
no soy como vos, yo solo sé de espiritualidad y de religión.
Padre mío, salvadme y dadme vuestra
bendición.
M.ª José R. E.
(XVII Antología)
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