«… Tiemblan de superstición sin entender los cursos del Sol y la Luna que
regulan las divisiones del tiempo. Temen a los planetas, sin comprender la
prima causa y que nada sucede si no es por ella y que la destrucción es a veces
condición del orden de la naturaleza; que la peste es voluntad de Dios y no la
mueven paganos cíclopes ni gigantes, sino la ira de Dios que solo grandes
pecados merecen. Tiemblan ante la muerte que no entienden, ante su propia
muerte…» (pág.
164, I. M. Fernández, «Pietas»).
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