«… Yo, Isabel, / la muchacha entregó su fuego y
sus caricias / a un hombre que amó mucho más al idioma / que a mi cuerpo, me
despido de todos y de todo, / en esta hora en que ya nada importa, / deseando,
anhelando que sus manos / escribieran una última vez en mi piel como lo hacían
/ cada noche en la frialdad de un pliego, / que así como investigaban la
gramática, / descubrieran los accidentes de mi cuerpo, / allí donde todo se
inundaba y latía por él…» (pág. 106, Idiel García, «Últimas palabras de Isabel
Solís de Maldonado»).
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