UN AMIGO EN MI MEMORIA
Él está incrustado en mis recuerdos de niña, de
adolescente, de la primera juventud, como el único abuelo que tuve, aunque en
realidad no lo era. Hoy él, 15 de febrero, Jorge Luis Peláez cumpliría ciento
seis años.
Él y su esposa Sofía eran las únicas amistades que mamá
visitaba. Para mí era una fiesta, porque él me enseñaba cuentos, romances, me
cantaba Los cuatro muleros de Lorca y otras canciones. Más tarde, disfrutaba en
la biblioteca de la casa, viendo con Sofía álbumes de fotos; escuchando las
cajitas de música de su colección; revisando las carpetas de los vestidos de
mujer y de niña que ella había diseñado para el atelier que tuvo en los decenios de los cuarenta y los cincuenta.
Mientras, mi madre y él hablaban del trabajo, de los
juicios, de las cárceles, de las medidas sustitutivas a la pena de prisión,
discutidas en la ONU, tema que a él le interesa mucho por haber sido director
de una cárcel en Cuba.
Estando ya en la universidad, hablábamos de literatura,
de poesía, de periodismo, de la responsabilidad de los abogados. No le gustaba
hablar de la guerra civil española, de sus días en el campo de Saint-Cyprien.
Era un recuerdo demasiado doloroso. De su vida sabía que había nacido en
Zaragoza, que fue fiscal en Murcia y Sevilla y en el Tribunal Popular de
Madrid, cuando se juzgaba a los fascistas.
La Transición española renovó su sueño del retorno a la
patria. Lo hizo a mediados de los ochenta, a más de cuarenta años de su llegada
a Cuba, donde quedó la impronta de su humanismo, su cultura, de aquella
cortesía del corazón que lo caracterizaba y de la que dio ejemplo a alumnos,
colegas, amigos. Nunca conocí cómo lo acogió la España pos-Franco, pero sí que
murió en 1985. Sofía regresó a Francia.
Hoy, en homenaje a su cumpleaños, leo su libro de poesías
en que me escribió una dedicatoria: «No debes olvidar a quienes quisiste, te
quisieron, aunque hayan muerto».
Jenny Perdomo
González
CUBA
(IX Antología)
(IX Antología)
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