VOLVER SIN HABERSE IDO
Cuando mi madre logró instalarse en el pueblo renunciando
a su pequeña parcela para hacer posible la continuidad de nuestra educación, ya
cursada la primaria en la escuelita rural, tuve mi primer encuentro con el
espíritu de España a través del profesor de castellano, Galo Mendizábal, un
nómada de Euskadi, simpático y bonachón, de verbo atronador, cultor de un
idioma preciosista y aficionado a los deportes de fuerza. Su carácter me
confirmó la primera figuración de aquel país de luz y pastores trashumantes; de
frailes piadosos, de navegantes de espada desenvainada, gitanas adivinadoras,
leyendas milenarias, carabelas, mallas, escudos y prosapias; también de letras,
paisajes, castillos y linajes; de poetas exaltados y pintores inspirados. En
clase, el profesor Mendizábal solía acercarse a la ventana para mirar a lo
lejos cuando sus recuerdos lucubraba, entre suspiros profundos que estremecían
sus espaldas. ¿Era más aguda la ausencia al hallarse en un paraje andino tan
distinto como inesperado? Pero no se sentía solo; tenía a su esposa, también
vasca, como vascos eran los curas y el párroco con los que departía todas las
tardes en los jardines de la casa cural; como el vino que compartían y el
aceite de oliva que les remitían dos veces al año en barriles de madera de
roble desde Bilbao. Tiempo después, más bien ahora, tras miles de vaivenes por
la vida y cuando la patria en que nací me perseguía, un día feliz crucé el
océano y erré fascinado por España y, como me lo prometiera el profesor Galo, a
casi cuatro años de mi arribo, con toda la meseta y el Levante recorridos, sigo
hallando manos generosas en la precariedad y compañía entusiasta para olvidarme
del olvido.
Enrique Olaya
Escobar
Seudónimo: Pieandante
Nacido en COLOMBIA, reside en Alicante
Maestro de escuela rural
Sindicalista y abogado defensor de Derechos Humanos
(IX Antología)
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