La independencia no es excusa para reprimir un espacio
común. El carácter de la entidad propia, como suma de los rasgos que nos hacen
únicos, diluye su sentido si no nos integra a todos; si ignoramos la identidad
como un valor añadido dentro de una atmósfera de libertad, justicia y
compromiso.
Es incuestionable que hay una unión, pero es más. Es un
nexo que une sin atar, como el hilo rojo de la leyenda oriental, que vincula a
aquellos que están destinados a estar juntos, en el que todas las voces, todas
las lenguas, confluyen sin divisiones. Donde el pragmatismo de Pla y su vida
lenta pueden convivir con el corazón y los ojos de Lizardi, sin perder de vista
la retranca, la mirada con ojos de vidrio de Castelao. Un gran coro en el que
la crudeza de don Camilo, el soplo fresco de Martín Gaite o la intrahistoria de
Unamuno, se entrelazan con las voces de Delibes, Machado, Pardo Bazán… No hay
cadenas ni desprecio, sino una vivencia que multiplica, desbordando razón y
alma; una acción comprometida que nutre las grietas secas como un río de
conocimiento que, al cruzar el Atlántico, sigue sumando con admiración, respeto
y, también, cierta incredulidad ante los retos presentes. Y vale la pena coser
las heridas abiertas, asumiéndolas como propias, compartiendo las pasiones y
creando un universo limpio y certero que nos permita afrontar las necesidades
futuras con una misma voz, polifónica, armónica, en la que el contrapunto y la
fuga suenen, pero dentro de una misma partitura.
La lengua, como el hilo de la leyenda, conecta el saber y
el corazón en una vivencia global. Y nos ofrece la oportunidad de vivir nuestra
identidad con un sencillo teorema: suma los rasgos que nos hacen únicos y
potencia aquellos que nos hacen uno.
Pedro Pablo López
Pertíñez
GRANADA
(X Antología)
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