COSIENDO IMÁGENES EN MI VESTIDO ROJO
Triste día este que aúlla entre el tiempo y la memoria.
Hoy he juntado mis fotografías, la necesidad de llevar mi vestido rojo y
coserlas a él, ha hecho que la mañana se pincele de suaves esquirlas y claroscuros
que han atravesado las imágenes.
Me volví a ver sentada en el embarcadero de Atitlán,
abriendo los ojos para dejar escapar miedos, escurrir la soledad en una inmensidad
tan generosa que la escasez de mi cuerpo susurraba sobre el agua; y toqué con
los dedos el arcoíris de Iguazú, vi correr las aguas que presurosas escapaban a
la vejez temprana, sin darme cuenta apoyé mi cabeza en algún abuelo lejano de
piedra en isla de Pascua, creí estar en la infancia de milenios y secretos.
Triste día para juntar mis fotografías y verme recogiendo
los pasos en la inmensa arena de Ica, donde pensé que las dunas eran caballeros
que venían a rescatarme de esta locura de vivir. Creí estar llorando, pero no
pude recoger en la imagen ninguna lágrima, Perito Moreno con su cuerpo helado
congeló mi mejilla, dejando la tristeza acurrucada al borde de la noche.
Caían las fotografías en mi vestido rojo, descansaban
sosegadas de recuerdos, me sentí gigante, tan gigante que la nostalgia era una
mota de polvo viajando entre las estrellas, y mi habitación una América
salvajemente bella y joven.
Se cayeron de las manos pedazos de vida, que se cosieron
al recuerdo de tierras donde mi piel era solo un efímero eco de su geografía.
Raquel Viejobueno
(X Antología)
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