LUZ Y SILENCIO
Esta mañana me
despertó el trinar de los pájaros. Si mi lector está acostumbrado al bullicio
de la urbe, considerará que mis palabras evocan una imagen idílica, pero no
puedo sino disentir.
Si hoy ningún otro
sonido me arranca del sueño es porque no quedan risas de niños, porque el
pueblo en el que florecieron mis años de infancia se marchita como una rosa
arrancada. No hay chiquillos que hagan volar sus voces hacia el cielo entre
juegos y alegría, el silencio solo lo quiebra el canto de los pájaros.
Hoy tampoco
resuenan las voces ajadas y roncas de los mayores. Poco a poco se han ido
apagando las riñas, las bromas y los consejos, porque su valiosa experiencia se
ha ido con ellos, y los campos que un día dieron frutos para colmar con creces
cualquier cornucopia, hoy no crían más que yerbajos y zarzas. Y en ellos, el
chirriante sonido de los grillos es más espeso que la hierba.
La naturaleza
reclama su territorio y se adueña de todo cuanto me rodea, con el sol
derramando su calidez y luminosidad sobre una escena que encandilaría a
cualquier paisajista. Y sin embargo a mí se me antoja pálida y gris, porque
cada rincón de este pueblo está teñido con la certeza de que su vida
languidece, poco a poco y sin remisión, mientras se apagan las voces de mi
memoria.
Sandra Ordóñez
Tornín
Licenciada en
Periodismo y Documentación Sanitaria
(X Antología)
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