LOS NOMBRES QUE PERDÍ
A mi lado camina un
hombre que piensa que ya no tiene nombre y se descubre el brazo para enseñarme
un número grabado en tinta roja. Anda algo encorvado y mira de vez en cuando al
cielo, como esperando una respuesta a todas las preguntas que jamás se hizo.
Recorremos un
trecho en silencio, tratando de penetrar en los pensamientos del otro, o quizá,
tratando de recorrer ese tiempo ajeno que quedó atrás y rellenarlo con fechas o
con referencias propias y superponerlas de cualquier manera a esa otra vida de
la que nada supimos o a la que olvidamos deliberadamente. Nos paramos en un
altozano y contemplamos la ciudad, envuelta en un velo blanquecino que se va
disolviendo en volutas delgadas. Hoy hará calor, pero ahora la brisa es
agradable. Las calles estaban vacías y silenciosas cuando salimos de casa.
«Furtivo», dice entre dientes.
Cuando llamó anoche
a mi puerta reconocí sus ojos, pero no su mirada. Reconocí sus rasgos, pero no
el fondo de su alma. Se quedó dormido encima de la colcha con la ropa puesta y
esta mañana salimos al amanecer. Señala con el dedo a la derecha y dice: «Allí
nací, en una casucha que derribaron hace tiempo y que hoy es un centro
comercial». El hombre que solloza junto a mí no quiere recordar, pero sigue el
curso del río en el que se bañó cuando era niño.
Me abraza y siento
su respiración en el cuello, el jadeo con el que quiere reprimir el llanto, y
al final un quejido sordo: «Qué voy a hacer, no quiero complicarte más la
vida». Tomo su mano y le digo que ahora empieza una nueva vida. «No, la vida es
para ti, para tus hijos, para los demás. Para mí, ya nada será igual. Las rejas
estarán siempre ahí, aunque pueda volar». Quiero contestar «Padre, todo el
mundo merece vivir y empezar de nuevo», pero se ha vuelto y dice que
regresemos. Antes de que las calles se llenen de nombres conocidos.
Montserrat Muñoz Sánchez
TALAVERA DE LA
REINA (Toledo)
(X Antología)
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