ORACIÓN
Yo recuerdo los muros horadados por la metralla. Las
calles rotas. El sol colándose por entre las casas desvencijadas, alcanzando
con su luz sus más íntimos recodos.
Yo recuerdo los escombros que convirtieron la alameda en
un desfiladero donde iba vagando trastornada la memoria de los días.
De pronto un niño asoma. Y luego otro. Y los vientres de
las aceras se iban poblando de pies descalzos, de manos que se agarraban para
jugar en horas robadas al miedo.
Se iba llevando el viento sus voces como palomas, sus
antiguas canciones como lluvia en el páramo.
Y yo, al verlos saltar y retozar en la miseria, rezaba:
«Niños de polvo y ceniza, ¡cantad, cantad! No olvidéis
las palabras que os acunaron, todas las voces que os amaron…
Niños de alma sepultada, ¡hablad, espantad con poesía
este silencio de la calle en llamas!
¡Ángeles heridos! Creced, no os olvidéis de crecer, pues
habréis de ser un día arquitectos de esta patria devastada».
Ana Sarrías Oteiza
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