SACAS DE CACAO
Una saca de cacao pesa alrededor de cien libras. La
distancia desde los arrabales de Luba al secadero más cercano es de siete
millas mal contadas. Si el sol no la devora y las lluvias dan tregua a los
mosquitos, Eulalia Envó invertirá media mañana en el trayecto. En pago a ese
trabajo, Martina Mba se compromete a enseñarle a leer en español y a un plato
caliente en la mesa.
—La s tiene la forma de una pitón cuando huye.
—Martina Mba, cuajada de arrugas, pelo cano ensortijado y un siglo de cansancio
en el rostro, traza el dibujo de una serpiente en el suelo de tierra prensada—.
La s detrás de la e se pronuncia es.
Martina aprendió el español gracias a su padre, quien
trabajaba de bracero en la misión de Beteté. Pero desde que depusieron a Macías,
en las aulas y en los recreos no se escuchan gritos de chiquillos ni las voces
de los padres claretianos. El colegio de la misión fue clausurado y los niños
devueltos a las plantaciones de cacao.
Eulalia Envó regresa con la cabeza erguida, la mirada al
frente y el pensamiento más allá de la tierra roja y fría que conduce a la casa
de tablas de Martina Mba. Sobre la cabeza, dos sacas vacías, una cántara de
agua y mucha hambre en el estómago.
—A la sombra de la ramada verás el aire más fresco,
Martina —de las tablas del porche cuelgan bocabajo media docena de ratas de
selva, manjar muy preciado en toda la isla de Bioko—. Escucha: esa letra
delgada y flaca que porta una saca en la cabeza es la p. La p con la a se lee pa.
Y para mañana, la letra ñ y guiso de
cangrejos de tierra, capturados en la ribera del río Moloho. Dos libras de
cangrejos por una rata, para después de clase: la ñ y la a, ña.
Ya puede escribir a ese reportero que conociera en
Malabo. Es momento de restituir a Fernando Poo el nombre que le usurpara Bioko.
Desde hoy comenzará a «facer Españas».
Andrés Morales
Rotger
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