ENTRE DOS SURCOS
España
son dos surcos, paralelos, que jamás se encuentran: o de Roma o con Cartago; o
hispanorromanos o visigodos; o con Arriano o con los defensores de la Trinidad;
o con la corona de Castilla o con el reino de Aragón; o a favor de los indios o
junto a los conquistadores; o Austrias o Borbones; tradicionales o liberales;
monárquicos o republicanos… Y lo malo es cuando esos dos surcos que nos marcan
históricamente a sangre y fuego se desvían, se acercan, se cruzan y se
encuentran: entonces siempre una línea quiere montarse en la otra, partirla,
destruirla, ocuparla, partidaria de la única línea de arado permitida; o rojos
o azules: ya hemos tenido bastante.
El
recordado don Antonio nos lo avisó: «Una de las dos Españas ha de helarnos el
corazón». Tal vez sabemos vivir bien con el frío, y el problema es que llevamos
uno de los surcos grabado a fuego sobre la piel trillada del pecho, un surco
que se inflama cuando siente próximo el otro, una gran cicatriz en la piel reseca
y arrugada que produce una siembra indefectible de odio y rencor. Los dos
bueyes que aran la piel de toro tienen nombre: Caín y Abel. Otra vez don
Antonio labrando un surco único e imposible sobre las aguas de la Laguna Negra,
sobre la fría tierra soriana que le habría de helar, también a él,
definitivamente, el corazón.
Es
difícil cambiar la senda y el hábito de los bueyes, preparar bien la vertedera
para que se hinque profunda y salvífica, dejando una sola línea común, un surco
ancho y vivificador, una línea recta que nos lleve únicamente al infinito. Es
difícil, porque el ansia de las paralelas es tan nuestro, tan arraigado, que ya
es indiferente quién empuñe el arado, quién hunda la reja profunda. Los bueyes
aran solos dejándose llevar por la costumbre y la promesa difusa de un establo
paradisíaco.
Fernando Escudero Oliver
Doctor en Filología Hispánica
Profesor de Secundaria
(XI Antología)
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