«Bien
raro es que en una aldea lejana de un país en guerra sus habitantes erijan una
única estatua como altar de su admiración patriótica a un personaje que ni
nació allí, ni en ese país, ni en ese continente… Se trataba del padre Benigno
Arizmendi, natural de Lanciego, Álava, sacerdote jesuita, párroco de Paribarí
durante cincuenta y dos años… Nunca empuñó ni aprobó las armas, desanimó a los
armados, concilió los bandos…» (pág. 118, Enrique Olaya Escobar).
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