«… Cuando
el tren se paraba, se levantó vacilante hasta envararse frente a la ventanilla,
vislumbró en la lejanía la silueta inolvidable del coloso andino para
murmurarle una emocionada e íntima desiderata: “¡Juan y Pedro, que las huacas
del Marmolejo os transporten al eterno valle de la amistad y el compañerismo!”»
(pág. 120, Pablo Gasca Andreu).
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