EL PRIMERO ME CIRCUNDASTE
Amanece.
Apareces ante mí, mar océana, como una diosa antigua y retadora. Me fascina tu
latido: olas impregnadas de remotas maravillas y torbellinos de sal que hacen
zozobrar a los navíos. Hay que dejarse embelesar por tu azul para entender por
qué tantos hombres se entregaron a los sueños de ultramar, dispuestos a
conquistarte o a naufragar. Llegan a mí ecos de las embarcaciones que te
surcaron. Hernando de Magallanes, fantasmagórico y renco, se enclaustra en el
castillo de la nao Victoria. ¿Quién le iba a decir al almirante que las furias
que desarbolaron sus barcos en el estrecho de Todos los Santos se convertirían
en mortificantes calmas? Escucho el bisbiseo de una guadaña. Es la muerte, que
señorea la Armada de la Especiería. Hambre, sed y locura. Los peces huyen de
los anzuelos. Los pájaros australes caen a golpe de arcabuz, tiñen de sangre el
agua y alimentan a los tiburones mientras la marinería muere de inanición. El
escorbuto campa a sus anchas. En el menú solo hay galletas que hasta los
gusanos desprecian y el agua está putrefacta desde hace ya semanas. Y así un
día tras otro, condenados a vagar en ese infierno de agua que es el mar
Pacífico. ¡Tierra a la vista! ¡Al fin Dios ha escuchado los ruegos de los
desesperados! Magallanes ha comprobado la esfericidad de la tierra; pero no se
ha batido con los monstruos para que su hazaña quede registrada en las
cartografías, sino para colmar las naos con quintales de azafrán, canela y nuez
moscada… El almirante saborea la gloria que alcanzará cuando llegue a España;
pero la muerte lo derriba en la isla de Mactán. La mar océana lo abraza y lo
conduce a sus silenciosos abismos. Será otro hombre, Juan Sebastián Elcano, el
que escriba en su escudo la gesta de haber sido el primero en dar la vuelta al
mundo.
M.ª José Toquero del Olmo
(XIII Antología)
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