EL VIAJE MÁS LARGO
En lo
alto de la toldilla y rendido por el cansancio lloraba desconsolado el de
Guetaria viendo como la desarbolada nave avanzaba sin rumbo, perdida en la
inmensidad del océano. Lloraba sí, creyendo que la tierra que lo había visto
crecer se le escapaba tan solo a un palmo de la mano, ahora precisamente que
parecía estar tan cerca… Se acordó también de Magallanes y de aquellos
compañeros de odisea que habían quedado atrás en mil penurias. Ya no podría dar
conocimiento del maravilloso mundo de las islas orientales, y las profundidades
del mar se tragarían impasibles el preciado cargamento de especias: clavo de
las Molucas, canela de Ceilán y jengibre de Sri Lanka.
—No se
preocupe capitán, juraría que ya no queda nada. ¿No ve cómo sopla el viento?
Solo aquí lo hace de esta manera —dijo con voz queda un joven enflaquecido que
se encontraba a su lado.
—Lo
siento, muchacho, pero después de tanto tiempo he olvidado demasiadas cosas. El
viento sopla por igual en el Occidente y en el Oriente, unas veces favoreciendo
la travesía y otras entorpeciéndola…
—Sí,
pero hay algo que me dice que no estamos lejos, a tres yardas, quizá a algo
más… ¿No ve el azul del agua? —volvió a insistir el joven, que ahora asomaba su
cabeza por la borda, tratando de hacer entrar en razón al capitán.
—Dios
te oiga… —musitó el marino sin recobrar el ánimo—. Escucha, si por algún casual
no lograra sobrevivir, haz llegar a su católica majestad las cartas marítimas,
¡solo así podremos volver a surcar los mares que hemos descubierto! Y no
olvides que «facer Españas» es tarea común de todos.
Entretanto,
el bueno de Pigafetta, junto con el resto de la tripulación, permanecía en el
interior de la bodega protegido de la cegadora luz del sol. Un repentino
chirrido causado por la escotilla, interrumpió la conversación de los dos
marineros. «Signore, non c’è più d’acqua. Siamo perduti». Fue entonces cuando
Juan Sebastián Elcano levantó sus ojos y pudo contemplar ante sí una imagen que
llamó poderosamente su atención. No podía dar crédito, se frotó los ojos
temiendo ser engañado por su mente, pero, ciertamente, aquella visión era real.
Una treintena de barcos pesqueros se aproximaban a la embarcación entre
vítores. Poco a poco llegaron las primeras gaviotas que, como heraldos,
parecían dar la bienvenida en ceremonioso vuelo a aquellos lobos de mar;
descendiendo del cielo para pasar zigzagueando sobre sus cabezas.
Llegó
Elcano tambaleándose, pues las piernas apenas le respondían, hasta la sagrada
talla a la que tantas veces había acudido en las implacables tormentas tropicales:
«Tú serás desde ahora la Virgen de la Victoria, que por vos salí a descubrir
mundos y por vos he vuelto salvo».
Minutos
después repicaban con fuerza las campanas de Sanlúcar de Barrameda anunciando
el éxito de la empresa: talán, talán, talán…
Carlos M.ª García de Polavieja de Cárdenas
Estudiante el Grado de Historia en la Universidad San Pablo CEU
Aficionado a la investigación, en la actualidad está trabajando en
un estudio sobre la familia García de Polavieja Piñerúa
Nacido en MADRID en 1997
(XIII Antología)
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