HIJO DE LA MAR OCÉANA
La tarde que los dieciocho fantasmas atracaron en Sanlúcar,
yo erraba por el puerto. Le preguntaba a la mar océana si era verdad que había
islas habitadas por gigantes con un ojo y hombres con cara de perro y si el
abismo engullía los barcos que no volvían. Entonces apareció una nao, bien
llamada la Victoria, pero tan desportillada, que hubo que remontarla hasta el
puerto de las Muelas. Hasta allí me dirigí a ver cómo desembarcaban los
dieciocho tripulantes, trastabillando como zombis, cubiertos apenas por
andrajos, el rostro lívido, la piel pegada a los huesos, las encías tapando los
corroídos dientes, los ojos resecos en las calaveras. Eran los restos de casi
trescientos hombres que habían partido tres años antes en cinco soberbias naves
a las islas Molucas. Le habían dado la vuelta al mundo para burlarse del abismo
asesino.
El último fantasma que descendió del barco se me plantó de
frente y se me quedó mirando. Eran brasas sus pupilas y me quemaron el alma con
lo que me mostraron: la tiranía de los vientos, el furor de las tormentas, los
fuegos de San Telmo, los miedos, los motines, la muerte. Y hambre de infinitud
y sed de eternidad. Oí decir al fantasma que si quería saber la verdad de las
historias, fuera a encontrarme con ellas y a ponerlas por escrito, que para
«facer Españas: tarea común» se necesitan manos que escriban y que guarden la
memoria. Era la mar océana la que me respondía por medio de un hijo suyo, Juan
Sebastián Elcano. Tras confiarme el recado, siguió el capitán el rastro de su
tripulación fantasma, que a paso lento, cirio en mano, se dirigía a agradecer
el regreso a la protectora Madre. En cuanto les perdí de vista, me puse a
buscar una nave donde embarcarme para ir en busca de historias que recoger con
palabras.
Julia Amezúa
Filóloga y doctora
en Literatura por la Universidad de Valladolid
Autora del proyecto
Fuente Hipocrene para la educación literaria interdisciplinar
Durante años,
colaboradora y crítica teatral de ABC (Castilla y León)
(XIII Antología)
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