¡SALVE, SOLANUM TUBEROSUM!
Nacida salvaje,
amerindia y libre en el altiplano de Perú y las tierras del norte boliviano. En
las proximidades del Titicaca alcanzó su domesticada madurez muchos milenios
ha. Por gracia de los conquistadores españoles o por su antónimo opresor, su
estirpe se hizo mestiza hace cinco siglos. Y en solo dos más un gabacho, cómo
no, la convirtió en toda una celebridad para el mercado internacional. Desde
entonces posee la piel mulata y el interior caucásico. Pocos humanos existen en
el planeta que no hayan probado la suculencia que ofrecen las curvas de su
cuerpo y no hay obra que se considere mayor que no haga referencia a sus
cualidades. Desde Galdós a César Vallejo, desde Frida a Dolores Varo, desde
Arturo Ripstein a Buñuel, raro es el creador que pierde la oportunidad de darle
un papel en su obra. Por pequeño o secundario que sea, ella siempre aparece
para deleitar con sus sabrosas propiedades. La preciada, la eterna, la
ecuménica. Un mestizaje de muchos nombres, casi tantos como la infinidad de
lugares que la admiran con goce. Y son legión, créeme. Así ch´uqi y amqa
en aimara, akshu para algunos quechuas y papa en otras voces del
mismo idioma, poñü sería para un mapuche y ponme de terre si eres
un francés remilgado, trunfa dirían los aragoneses cerrados y kartoffel
en las extremas tierras heladas de Rusia. Pero si hay un apodo por excelencia
numeroso, usado para denominar a esta dama que mezcla tantas culturas y etnias
en su universalizado bulbo, es el hispanohablante «patata».
(XIV Antología)
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