miércoles, 14 de septiembre de 2022

ANTOLOGÍA 2021: LAS BATAS DE LOS DOCENTES UNIVERSITARIOS

 



LAS BATAS DE LOS DOCENTES UNIVERSITARIOS

 

1968. Mi madre vio la sangre rechupada por la piedra, deglutida en la panza de la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Los jóvenes que iban con los brazos entrelazados en la manifestación, los que días atrás iban a la biblioteca de la universidad o a la feria con alegría, pedían algo más que la verdadera autonomía iniciada por los estudiantes de París. Eran las penas que necesitaban ser cicatrizadas. Tanto los mestizos como los criollos reconocían el amor por la duda, por una educación que rompiera las barreras impuestas desde tiempos de la colonia. El eco de los ancestros estaba en los libros que los estudiantes aferraban al pecho como si fueran escudos. Pero la sinrazón espantó una vez más al amor y por eso considero necesario recordarlo.

Mi madre había visitado a su prima embarazada. Ella aún recuerda el aroma de la pólvora que entró en el cuarto donde su prima planchaba las batas de los docentes, cómo la pestilencia se enredó en los canastos impregnando la ropa y los pantalones que se deshilachaban, mientras fuera el ambiente se estremecía al oír cómo el fragor expandía la sangre en la piedra filosofal de la banqueta, y observaban correr a los que sobrevivían, los que se iban hormigueando entre los rosales, algunos con niños en los brazos, los universitarios con nuevos libros aferrados a sus pechos como escudos, con los ojos perdidos de terror.

«Ese 2 de octubre no se olvida, hijo». Al encontrarse, recordaron las batas que jamás llegaron a las manos de sus dueños y la montaña de zapatos de los que perdieron ese día la vida. Cuando la prima de mi madre nos visitó, recuerdo que se disfrazó de ternura cosiendo mil mariposas en su vestido y se presentó así en la comida familiar.

 

Luisa V. O.
(XV Antología)
 

 

 


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