REGRESO A MI PATRIA
Me
llamaron Dolores porque nací el día que estalló la guerra civil. Pero la suerte
me acompañó a pesar de los gritos, las caras tristes y el resonar de las
campanas. A pesar del camión nocturno que me quitó a mi padre.
La
suerte hizo que mi madre tuviera un amigo mexicano que nos llevó lejos de una
patria que tomó cuerpo en mis ensoñaciones. Aquel país nuevo, desconocido, me
hizo cruzar distancias de océano impensables a mi edad. Cuando bajé del barco,
el paisaje cambió tanto como mi vida: la exuberancia, la variedad de América,
el color hasta en el blanco y negro de los ojos. Nosotros veníamos de la ceniza
para chocarnos contra el amor esplendoroso a la vida, la ironía de la muerte,
el tajante color de las frutas, el águila, las trenzas, los volcanes. Y después
la universidad. El esplendor policromado de ese edificio construyó puentes a
través del idioma. Allí daban clases algunos profesores exiliados de mi país.
Muchos se llamaban Miguel por Miguel Hernández, Miguel de Unamuno o Miguel de
Cervantes. Y todos me hablaron de los poetas de esta tierra que me acogió y,
entre, ellos Octavio Paz me susurró con sus versos: «La libertad no necesita
alas, lo que necesita es echar raíces».
Y
en esa libertad de pensamiento planté la semilla más importante de mi vida. Lo
que me ancló al país que me dio luz, me unió a la tierra fértil que me ofreció
pensamiento. Y con él, graduada en Historia de América marcho a España para ser
profesora. Han pasado veinte años y la desolación que persiste arrolla el
corazón, pero mi esperanza en derrotarla enseñando a los que solo conocen el
color gris de la ceniza me aborda como un sueño de juventud. Mi idioma es ahora
mi única y verdadera patria.
Fuenlabrada (Madrid)
Maestra y amante de la literatura
(XV Antología)
No hay comentarios:
Publicar un comentario