«… Ella aún
recuerda el aroma de la pólvora que entró en el cuarto donde su prima planchaba
las batas de los docentes, cómo la pestilencia se enredó en los canastos
impregnando la ropa y los pantalones que se deshilachaban, mientras fuera el
ambiente se estremecía al oír cómo el fragor expandía la sangre en la piedra
filosofal de la banqueta, y observaban correr a los que sobrevivían, los que se
iban hormigueando entre los rosales, algunos con niños en los brazos, los
universitarios con nuevos libros aferrados a sus pechos como escudos, con los
ojos perdidos de terror…» (pág. 140, Luisa V. O., «Las batas de los docentes
universitarios»).
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