EL PROTECTOR DE LOS INDIOS
El viento azota las velas de la nao, así como mi
corazón, que ambiciona pisar tierra firme. Regreso al Nuevo Mundo, esta vez
como fraile que se ocupa del reino de Dios. En esta expedición, me acompañan
diez hombres de la orden de Santo Domingo, misioneros dominicos que han
entendido que es mejor ver las cosas en el propio lugar, pues de otra forma, se
ven diferente. Es nuestra intención mejorar en el aprendizaje de las lenguas
indígenas y poder así comprender la historia del indio Panpasimí y el tiránico trato
al que fue sometido por los encomenderos.
Nuestra conquista es la de las almas y, para ello, es
una cuestión urgente reconocer el derecho natural de los indígenas como seres
racionales, con capacidad moral y política.
En el bargueño guardo las notas que de modo recurrente
envuelven mi pensamiento y es mi propósito adaptarlas a una realidad compleja,
a caballo entre la Edad Media y el Renacimiento. Gracias a ellas, a mis
exposiciones sobre la comunidad indígena y a la transcripción de los numerosos
juristas, en mis manos descansa la redacción de las nuevas Leyes de las Indias,
con el sello del rey.
La noche es ya cerrada y la pobre luz de los candiles
apenas ilumina la azotada lona del barco, siempre castigada por la misma cara.
Desde Salamanca sopla un nuevo pensamiento que empujará también por la otra
parte de esta gran vela.
La luz de la conquista será más clara y brillante.
Ya no será posible la esclavitud ni tampoco las
encomiendas. Los indios son ahora naturalmente libres. No puedo evitar la
reacción de mi rostro ante tan deseada noticia, así como tampoco puedo evitar
que me llamen «el protector de los indios».
Soraya Martínez Martínez
Madrid
(XVI Antología)
No hay comentarios:
Publicar un comentario