ÚLTIMO DÍA
Desde que despertara esta mañana para el oficio
de maitines, algo le escuece en el pecho. Es la misma sensación como la de
aquel lejano día cuando oyó la llamada de Dios por boca de un tal Antonio de
Montesino. Por aquel entonces él todavía no sabía que ya estaba llamado a ser
el primer sacerdote ordenado en el Nuevo Mundo. Tampoco sabía que la Virgen de
Guadalupe terminaría de abrirle los ojos.
«¿Por qué la Madre del cielo ha elegido a un
indio y no a un obispo? —se preguntaba—. ¿Y si resulta que los indios también
son…?».
Por su culpa el emperador tuvo que promulgar
nuevas leyes que despojaban esclavos. Por si las moscas, el papa Paulo III se
vio obligado a redactar la bula Sublimi Deus.
Así dieron comienzo aquellos encendidos debates
frente a Domingo de Soto y Melchor Cano, hijos de la Escuela de Salamanca,
nietos de Francisco de Vitoria, biznietos de santo Domingo de Guzmán, cada vez
que los defendía: «¿Y si resulta que los indios son seres humanos dotados de
alma y razón, como nosotros?».
Ayer, por encima del rey, del Consejo de Indias
y sin permiso de nadie incluso se atrevió a escribirle al mismísimo papa: «Santidad,
yo, este humilde peón de Dios, solo quería recordarle todo eso: lo que se
prometió y no se cumplió. Lo que pudo haber sido y no fue».
Hoy, fray Bartolomé de las Casas, el hombre más
odiado de América, el más querido de los vencidos, el primer evangelizador
evangelizado por los indios, solo y sin nadie, se está muriendo en el convento
de Atocha.
Jesús
C. F.
(XVI Antología)
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