«… De niño yo pensaba que Martín Azpilcueta era una calle. Ahora sé
que una calle es el laberinto donde se cruzan las vidas de las gentes. El
espíritu de esta, Martín de Azpilcueta y Jaureguizar, defendió, como hizo la
Escuela de Salamanca, que el interés del dinero, que el imperio del beneficio
no han de estar por encima del bien común del pueblo…» (pág. 114, Javier Izcue
Argandoña, «En la calle»).
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