OMNIUM
SCIENTIARUM PRINCEPS SALMANTICA DOCET
Estudié
Filosofía. Tras batallar con los modos del ser y las categorías aristotélicas,
seguimos con el Aquinate, la navaja de Ockham, el nominalismo de Scoto. Fui
alondra, búho y colibrí por culpa de un profesor que se había formado en el
Angelicum de Roma. Tuve la impresión de habitar un mundo sin historia. Con la
neoescolástica todo cambió: Vitoria, Molina, Suárez, Covarrubias, De Soto,
Azpilcueta, Cano fueron viento fresco que alivió la sequedad del desierto
metafísico; era la Escuela de Salamanca. Los salmantinos eran modernos. Piedras
angulares de su pensamiento resultaron ser el nominalismo y el derecho romano.
Enfrentaron con sabiduría la transición al capitalismo, la ciencia moderna, la
conquista americana, la esclavitud. El derecho natural fue reformulado: si
todos compartimos la misma naturaleza, también compartimos el derecho a la
libertad, igualdad y fraternidad.
Los
salmantinos gozaban de libertad: no tuvieron problemas por enseñar que el
gobernante es administrador de un poder que reside en los gobernados, que los
aborígenes americanos tienen derechos, que la justicia es derecho natural. La
España negra de holandeses y británicos se disolvió con los rayos de mi nuevo
sol.
Faltaba
más, un lustro después estaba en la Universidad de Comillas gozando de una beca
de la AECID: Salamanca no solo era filosofía, teología y derecho. ¡Era la
modernidad en economía! El justo precio como precio de mercado, la teoría
subjetiva del valor, la teoría cuantitativa de la moneda, la concurrencia como
motor social, la teoría de la paridad del poder adquisitivo. Con los años
llegué a la conclusión de que no existe una Escuela de Salamanca. O, mejor, que
Salamanca es España, lo demás es tierra salmantina.
Alberto Castrillón Mora
Reside en Bogotá (Colombia)
Profesor de Historia Económica en la Universidad Externado de Colombia
(XVI Antología)
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