LA FORMA DE
LAS COSAS
Trabajaba en la Cruz Roja la primera vez
que me di cuenta. Leía teología la primera vez que me di cuenta. Francisco de
Vitoria para los ratos muertos entre llamadas. Siempre me gustó la filosofía.
La Escuela de Salamanca me fascinaba por su contexto transgresor de la época.
Por su ardua labor en ambos lados del charco medieval. Renacentistas y
liberales. Creyentes modernos. Su teoría del mal me desveló esa noche.
Emergencia de madrugada. El libre albedrío humano y la independencia de la
moral ante la divinidad cabalgando en una ambulancia a cien por hora. Los
paganos y la sirena, recelos contra el bien de Dios. Los siniestros de
motoristas siempre eran de los peores. Fuerte traumatismo en la cabeza. Mala
pinta. Al accidentado se le salían los sesos a través del casco. Una visión
terrorífica. Imposible de olvidar. Tanto que han pasado veinte años y todavía no
puedo comer una nuez si la cáscara se rompe en más de dos pedazos perfectos, si
no consigo sacar el fruto entero de su interior. Porque si se astilla su corteza
o se deshace su núcleo, veo la agonía de los hombres. Es superior a mí. Todo
está conectado. En las pequeñas cosas se muestran los grandes misterios del
cosmos. Desde entonces una nuez puede ser para este menda un cerebro rodeado
por un casco, una medusa, un pensador dominico o una enana roja. No soy el
único. Los vendedores de nueces también lo saben. No es casualidad que la llave
para abrir una nuez tenga forma de corazón. Hasta nosotros, como buenos hijos
de Adán, tenemos una en medio de la garganta para señalar la mitad del camino
entre un universo y otro, entre la razón y la creencia.
Roberto Migoya Ramos
Ponferrada
Licenciado en Historia del Arte
Publicaciones: la novela histórica Hijos de la fortuna
(XVI Antología)
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