«… El
rescate y la reparación de Justino y Bartolomé Honduras llegaron con la Escuela
de Salamanca, valorando la bondad de las dos criaturas más allá de su confesión
de culto. Trasladaron lo que quedara de ambos al cementerio de la aldea y allí
le dieron cálida sepultura bajo un ciprés que se alza al cielo como lanza no de
guerra, sino de concordia» (pág. 156, Lola Sanabria García, «Reparación»).
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