UN ARDUO
TRABAJO
Tras la liturgia, Isidoro se acomodó en el primero de
los bancos saboreando el aroma dulzón del incienso que aún pesaba en el
ambiente. El arzobispo de Sevilla buscaba en su interior una respuesta que
llevaba tiempo cavilando. «¿Cómo podría yo dar un acercamiento de mis fieles
con Dios?». Sabía que tenía que fortalecer los principios cristianos en una
población que aún estaba bañada por mitos paganos o conceptos arrianos, ¿cómo
hacerles comprender que el cristianismo es el centro de todo? Dios le había
mandado ahora esta dura prueba y apenas conseguía dormir intentando hallar algo
que contribuyera a crear una memoria colectiva, algo que fuese un referente
para todos los fieles de las distintas congregaciones, una señal que uniese a
Dios con sus hijos. Y al hablar con su pensamiento Isidoro descubrió que Dios
les había regalado algo desde el principio de los tiempos, que su búsqueda
estaba dentro de él y de cada uno de nosotros. Que desde el primer día de la
creación se nos había concedido el don de la palabra y que ello era un regalo
divino y que eso es lo que une a los pueblos, lo que te hace sentir en el hogar
cuando estás lejos, lo que representa todo lo que conoces, lo que guarda en sus
entrañas el pasado de nuestros padres y descifrar el futuro a nuestros hijos.
El trabajo que le quedaba ahora por hacer era arduo, le llevaría años recopilar
todas las palabras y su significado, pero ahora ya había comprendido el
propósito de Dios, y san Isidoro comenzó a escribir las Etimologías.
Raquel
A. P.
(XVII Antología)
(XVII Antología)
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