MEDITACIONES
Unos
dedos temblorosos enjuagan sus ajados cabellos antes de asistir a la ceremonia
de proclamación. Con la serenidad que le proporcionan su recta virtud y
erudición, contempla desde un ángulo resguardado en la civitas
regia el despliegue de los preparativos. Pronta está la llegada del
autoproclamado rey, organizador de este sínodo, el IV.
Por
su antigüedad asume que le corresponde presidir este concilium.
Cuando la unción de la señal de la cruz dé paso a su coronación frente al resto
de obispos y algunos laicos meritorios, será señal de la confirmación regia de
Sisenando como acto de voluntad divina. Junto con el resto de obispos lo
nombrarían rey, si bien reflexiona que su propia lealtad se corresponde con la
institución, como precursora de la unidad de Spaniae populi, y no con un
monarca en concreto.
Consciente
de que, con la nueva liturgia ya consagrada, las decisiones conforme a la
anuencia del príncipe supondrán no desligar las relaciones Iglesia-Estado,
entendiendo la necesidad de apoyo mutuo para coronar sus propios fines.
Vislumbra
Isidoro que la legitimación de Sisenando en este concilio acarreará la
aprobación moral de sus propuestas políticas. ¡Cuántas veces había eludido con
habilidad los enfrentamientos fratricidas en la corte visigoda! Enarbolando la
bandera de la unidad, recordaba haber dejado su poso sobre el buen gobierno en
las Sentencias.
«El poder político ha de representar equilibrio», se decía para sus adentros.
Y
manteniéndose todo lo erguido que sus hojas de calendario le permitían, se
acercó con un caminar pausado al ungido, recordándole el ideal de justicia que
la realeza debía personificar dando ejemplo.
Jesús Bermejo
Pamplona
Licenciado en Derecho
Funcionario del Estado
(XVII Antología)
Pamplona
Licenciado en Derecho
Funcionario del Estado
(XVII Antología)
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