«…
Un hombre de Dios que atrajo a
la Europa opaca la luz de la filosofía griega, sin desmerecer la fuerza nueva,
un obispo pródigo en saberes y también generoso con los más necesitados,
alguien lejano a la soberbia de los sabios, meditativo, austero y culto, que
supo resolver diferencias con serenidad, apertura y profunda fe cristiana…» (pág. 178, Ana M.ª
González, «Hijos de»).
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