«… “A usted, don Diego, la historia le
reserva el lugar de la consunción: será engullido por el olvido, como si nada
en su vida hubiera existido. Ese que su reverencia denosta con inquina y
probablemente envidia será estudiado por los siglos venideros como artífice,
como valiente príncipe valedor de la razón y difusor del conocimiento. De su
reverencia solo dirán que en vano fue una piedra en su camino”» (pág. 96,
Ignacio Martín Jiménez, «Turbiedad del ojo»).
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