Me insultó mucho, pero era mentira que se quemaran las patatas, se lo juro. Él siempre lleva la de ganar, y si no, grita más
para quedar por encima. Ya le dije, señoría, que aquella noche
no estaba yo bien. Se me empezaron a subir como… como guindillas a la garganta. Cuanto más vociferaba él, más me ardía el aire por dentro a mí. Vio que el guiso era de pollo y en aquel momento me enteré de que lo odiaba, porque siempre lo devoró; entonces acababa yo de escurrir las patatas, y a la quinta o sexta vez, que le llamó puta a mi madre, las guindillas aquellas fermentaron, no sé, estallaron como la pólvora. El aceite chisporroteaba, restallaba…
El brazo se giró solo, se lo prometo, le juro que no fue intencionado. De lo que sí estoy segura, es de que con el aceite hirviendo, le lancé toda la ira que él había acumulado durante tanto tiempo sobre mí…
Eva Barro García
MADRID
Una original y bien lograda descripción de la ira, la felicito.
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