DEPRISA
Esteban aceleró el
paso, llegó a la entrada del metro, bajó corriendo la escalera y saltó el torniquete
de control. Abriéndose camino con furia, se lanzó por el pasillo como un
velocista de cien metros, disculpándose y esquivando a la gente cada tres
zancadas; al oír el fragor del tren que entraba en el andén, hizo un poderoso sprint final, sorteó a una anciana
vendedora de la ONCE, brincó sobre el puesto top-manta de servicio, dobló el
recodo final y alcanzó a subirse airosamente, con la lengua fuera, en el último
vagón justo cuando se cerraban las puertas. El único asiento libre lo acogió
con complicidad. El convoy se puso en marcha y se adentró en la oscuridad. En
aquel preciso momento, Esteban cayó en la cuenta de que no tenía que ir a
ninguna parte.
Rosendo Gallego Menárguez
GANDÍA (Valencia)
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