Uno lava los platos.
Escucha de pie el concierto de los cubiertos en staccato. El agua corre. Los vasos se enjuagan y se ponen a secar.
Todo muy limpio, y de repente uno termina. La ciudad calla.
La cena y el día se han acabado. Afuera, un oscuro magma inmóvil presiona las ventanas. “Hay que descansar” -uno se dice- “fue un día pesado”. Hay que esperar que todo vuelva
a la normalidad. Para escapar al marasmo del aliento,
de lo que se atribuye al tedio. Pero no es el azar, y eso se sabe. Tampoco el garigoleo del corazón que se entusiasma solo,
en una fe beata que ni siquiera el eco acompaña. El diminuto pistón no se da por vencido: quiere ocultarlo. Pero entre dos latidos, se adivina: un vacío sin nombre emerge del trasfondo.
A punto de mostrarse, uno se duerme.
Javier Toscano Guerrero
MÉXICO
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