Yo conozco las drogas. Las uso y me gustan.
Así que cuando mi tía entró en mi habitación aquella mañana
con el Lexatín en una mano y un montón de nervios en la
otra,
enfrenté el asunto con espíritu científico.
-“Gracias, tiíta, lo probaré” –Lo tomé esa misma tarde y me
sentí
relajada, un silencio delicioso reinaba dentro de mí.
Al día siguiente, decidida a ir al trabajo, me levanté
y me miré en el espejo del baño. Las ojeras, la tristeza en
los ojos,
el cansancio. Mi cara no se había enterado de lo que sentía.
Me hundí.
Fernando Fajardo
SAN PERE DE RIBES (BARCELONA)
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