lunes, 17 de diciembre de 2012

DE LA PLACIDEZ AL DESAMPARO

El sol de la media tarde otoñal bronceaba los ocres castellanos,
magnificaba el olor a tierra removida en el labrantío
y me calentaba la piel mientras, sentado en un poyo,
miraba al horizonte con los párpados cerrados y la cabeza
recostada en la pared a Poniente.
¡Qué maravilla que en el mundo existiera un lugar
tan reconfortante! ¡Qué dichoso al pensarme protagonista
de tantas casualidades: mi oasis flotando en una negrura
inmensa! ¡Cuán desconocida es la noche perpetua en el desierto
que me rodeaba! Me di cuenta de que estaba sentado
en un trozo de explanetésimo y que el parecido con mi padre
estaba codificado en átomos que llegaron aquí en la colisión
apocalíptica de algún cometa.
Al abrir los ojos, fruncí el ceño por causa de la radiación
electromagnética proveniente de la estrella más cercana.

Gerardo Gil de la Calle
SEGOVIA
Aspirante a Ingeniero de Montes

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