OCASIONES PARA ESTREMECERSE
Cuando alguien grite un gol de River o de Boca.
Cuando alguien redacte un capítulo de una novela
o componga una décima en un departamento de Cagüey.
Cuando una idea se refleje sobre un renglón rectilíneo,
no importa cuán largo o erudito sea,
o un niño escrute el horizonte con un periódico
cilíndrico
y exalte desde su corazón la belleza de la aurora que se
oculta en Guanajuato.
Cuando un adolescente en Asunción
quiera contar al mundo que se ha enamorado de una tímida,
y esta le responda, o no, con un beso o una excusa,
según.
Cuando se ampute el silencio en Matanzas
o se articule un verbo en San José de Costa Rica,
un verbo que nunca se dijo antes porque no era necesario.
Cuando se mojen por accidente los pies en el Orinoco
y se blasfeme, con acento de Barrancas, al sentir húmedos
los calcetines.
Cuando se pronostiquen sucesos nimios
en cartas dirigidas a una amante uruguaya, lejana y
misteriosa,
y cuando la amante lejana y misteriosa proponga una cita
en una cafetería de Montevideo.
Cuando un soldado beba vino de Mendoza
mientras lee en voz alta un discurso de Sandino.
Cuando el cacao y el café hilvanen conversaciones
fragantes en una chocolatería de Managua.
Cuando se sorba mate mientras se oye un tango bonaerense en
la penumbra de un garito.
Cuando un panameño te diga al oído en la Gran Vía
madrileña,
en Tegucigalpa, en la muralla china o a las puertas del
Moma:
“Soy tu hermano”,
y sientas en las venas una ebullición desconocida,
y se erice el vello de tus brazos, y el corazón te lata
marcándose una cumbia.
Cuando alguno de los más de trescientos millones
que facemos las
Españas lea atentamente este poema,
y se emocione, o se indigne, o quede indiferente,
será la ocasión propicia para volver a estremecernos
por compartir de nuevo un gran tesoro:
El acervo cultural de nuestro idioma.
Esteban
Torres Sagra
ÚBEDA
(Jaén)
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