AÑORANZA DE UNA
GLORIA
DESDE UN RINCÓN DEL
INFIERNO
Ya es de noche, aquí siempre es de noche,
nunca termina,
es una noche sin fondo parida de la misma entraña de la
tierra
tras ser violada por el infierno en su lecho de hormigón.
Es un acantilado de oscuridad en una innegable renuncia a
la vida.
Aquí me encuentro,
son las dos de la madrugada,
pero podrían serlo del mediodía.
Atrapado en las fauces de una legión de asfalto,
solo en la maraña de semáforos,
reflejado en el rostro de una ciudad condenada a un final
sin aromas,
me narcotizo de nostalgia y me emborracho de añoranza.
Añoro el olor de los arenques,
los buzos azules de los hombres recién llegados del
campo,
el vino a ocho pesetas y el sentir huraño de nuestra
tierra.
El humo de la gloria, sus brasas,
y fuera la noche fría
que armada de navajas bajo el bramido del cierzo
a fuego cala en el alma.
Nuestra noche sigilosa
dueña de calles silenciosas y embarradas,
donde las últimas almadreñas escuchan junto a la puerta
a la vieja pata de madera venida de ultramar.
Añoro esos tiempos y esas gentes,
esas noches y esos vinos tras la encrucijada de la lumbre
misteriosa.
Quisiera vivir
allí, entre las piernas de la luna,
rezando a Baco en los altares de tabernas,
entre labradores que surcan barbechos,
entre tintos de labranza,
ecos de yuntas de bueyes y machos rompiendo el despertar
del ayer.
Mas me siento morir entre la añoranza de tiempos
imposibles
y celemines de hambre,
de cántaros repletos
en boca de bodegas sedientas como veranos.
Miguel Ángel Alonso
Valdivielso
LOS SANTOS DE LA
HUMOSA (Madrid)
(VIII Antología pág. 167)
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