EL PATIO
En Andalucía no tenemos jardines, son un artículo de lujo
que no
nos podemos permitir.
Tal vez por eso tenemos patios, que con sus coloridos
mosaicos
suplen la cascada de verdes, rojos, azules y ocres de un
jardín
de verdad. Los patios han sido, tradicionalmente, el
centro de la
vida andaluza: elemento distribuidor de estancias en las
casas, zona
fresca y aireada donde descansar en los días de calor, o
donde salir
de noche a mirar las estrellas mientras se comparten
secretos.
Mi abuelo tenía una casa con patio. No era un patio de
azulejos
y macetas. Era un patio encalado, siempre blanco nuclear,
con el suelo de albero y un limonero en el centro.
El patio siempre estaba inundado por los aromas del
árbol: a azahar
o a cítrico frescor, su presencia se hacía patente mucho
antes de
entrar en la casa, antes de verlo, incluso antes de
aparcar el coche en
la estrecha callejuela de un solo sentido.
Ayer ese patio me vino a la mente. Y me di cuenta de la
infancia
tan feliz y afortunada que tuve corriendo bajo el
limonero, bebiendo
limonadas que mi abuela exprimía y azucaraba, creyendo
ser
princesa cuando mi primo Juanito zarandeaba el árbol y
una cascada
de fragantes flores caía sobre mi cabeza, y yo daba
vueltas sobre mí
misma con los brazos abiertos y los ojos llenos de
estrellas.
Ese limonero, enorme y majestuoso, ha vivido en mí todos
estos
años, esperando ser recordado, esperando savia nueva,
vida nueva,
tierra fértil y un corazón que le dé vida.
He aquí mi humilde homenaje.
Laura Baena Ruiz
SEVILLA
(VIII Antología pág. 217)
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