ELEGÍA PRISIONERA DEL OLVIDO
De mis oscuros orígenes, cientos de cosas se han escrito,
otras tantas se han inventado. Lo cierto es que los relatos de los hombres
antiguos que se hicieron a la mar, encontraron el camino hasta mi Sierra
Morena.
Al embarcar nunca tuve del todo claro cuál sería mi
profesión. Aventurero, cura, porteador, cocinero o la de cronista remendón.
Todas esas menudencias pierden su importancia cuando se está frente a un océano
negrísimo, cuando nos cubre un cielo brotado de estrellas desconocidas.
Entonces, tras cada jornada, entre un descubrimiento y el
otro, de isla en isla, y a salto de mata, quise construir una catedral hecha de
ladrillos endecasílabos.
En medio del fragor de la lucha, conmovido por la codicia
y el metal desgarrador, descubrí al fin mi sanadora vocación. Al observar un
río inmenso, donde flotaban vivencias arrancadas, pude percatarme que muchas se
ahogaban antes de alcanzar la arena, pero en medio del caos, pude algunas de
ellas rescatar.
Fui curandero de los perdedores en la conquista. Me hice
testigo de los ojos deslumbrados por los fuegos, de las victorias del metal
sobre la carne. Di de beber al anónimo moribundo, al marginal de la historia.
Hice las veces de bálsamo para el que lejos de su tierra, todavía conservaba la
fe en la purificación de las almas.
Guiado por espíritus difusos, y a pesar de tantos siglos
transcurridos, todavía me aferro a la creencia, en la cual la imaginación solo
pretende triunfar sobre las crueldades y los desvaríos de ese mundo al que llaman
realidad.
Rafael Navarro
Cabezas
Periodista
(IX Antología)
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