MINGORRÍA
Me sorprendió ver en Castilla un pueblo con nombre vasco
y decidí hacer algunas pesquisas por pura curiosidad. Como pasa tantas veces,
hay en las parroquias libros y papeles que sobrevivieron la guerra y que se
salvaron de la desaparición, aunque no del olvido. Algunos son cuadernos con
partidas de bautismo, anotadas con mejor o peor caligrafía por el señor
párroco. Otras cajas encierran cartas y folios donde se da cuenta de
matrimonios, entierros, fiestas y no sabría decirle qué más, porque no soy
especialista en archivos y la letra a veces no es legible. Rebusqué pero no
encontré nada.
La pista me la dio más bien una lápida incrustada en la
fachada de la iglesia, donde un bajorrelieve mostraba a un noble caballero y en
cuyo marco se leía: «Joaquín de Chinchurreta. Maestro de cinceleros de El
Escorial, caballero cubierto… o descubierto». El tal Chinchurreta fue llamado
por el famoso arquitecto Juan Bautista de Toledo para cincelar piedras que
habrían de levantar el palacio de su majestad, el rey D. Felipe II. Con él
viajaron cuarenta hombres curtidos en el trabajo, provenientes de los valles de
Larraun, Leitzaran y Ultzama. Fue nombrado caballero cubierto por privilegio
real, pero tuvo que descubrirse el sombrero en continuos enterramientos, pues
el sarampión asoló aquellas tierras y fallecieron, uno tras otro, los hombres
venidos del norte. En el lugar quedó solo el nombre de un recuerdo con el que se
bautizó el pueblo maldecido: Mingorría, sarampión en vasco.
Los sillares de El Escorial no hablan, a pesar de ser uno
de los monumentos más imponentes que se alzaron en la época del esplendor y
perduran hasta hoy. Pero cuando se visita el monasterio, las piedras parecen susurrarnos
los nombres de aquellos desconocidos labradores de España.
Beatriz
Gómez-Pablos
Profesora de Lengua
y Lingüística española en la Universidad de Comenio
(IX Antología)
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