martes, 15 de septiembre de 2015

ANTOLOGÍA 2015: MINGORRÍA

MINGORRÍA

Me sorprendió ver en Castilla un pueblo con nombre vasco y decidí hacer algunas pesquisas por pura curiosidad. Como pasa tantas veces, hay en las parroquias libros y papeles que sobrevivieron la guerra y que se salvaron de la desaparición, aunque no del olvido. Algunos son cuadernos con partidas de bautismo, anotadas con mejor o peor caligrafía por el señor párroco. Otras cajas encierran cartas y folios donde se da cuenta de matrimonios, entierros, fiestas y no sabría decirle qué más, porque no soy especialista en archivos y la letra a veces no es legible. Rebusqué pero no encontré nada.

La pista me la dio más bien una lápida incrustada en la fachada de la iglesia, donde un bajorrelieve mostraba a un noble caballero y en cuyo marco se leía: «Joaquín de Chinchurreta. Maestro de cinceleros de El Escorial, caballero cubierto… o descubierto». El tal Chinchurreta fue llamado por el famoso arquitecto Juan Bautista de Toledo para cincelar piedras que habrían de levantar el palacio de su majestad, el rey D. Felipe II. Con él viajaron cuarenta hombres curtidos en el trabajo, provenientes de los valles de Larraun, Leitzaran y Ultzama. Fue nombrado caballero cubierto por privilegio real, pero tuvo que descubrirse el sombrero en continuos enterramientos, pues el sarampión asoló aquellas tierras y fallecieron, uno tras otro, los hombres venidos del norte. En el lugar quedó solo el nombre de un recuerdo con el que se bautizó el pueblo maldecido: Mingorría, sarampión en vasco.

Los sillares de El Escorial no hablan, a pesar de ser uno de los monumentos más imponentes que se alzaron en la época del esplendor y perduran hasta hoy. Pero cuando se visita el monasterio, las piedras parecen susurrarnos los nombres de aquellos desconocidos labradores de España.

Beatriz Gómez-Pablos
Profesora de Lengua y Lingüística española en la Universidad de Comenio
(IX Antología)

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