martes, 2 de febrero de 2016

ANTOLOGÍA 2015: DESORIENTADOS



DESORIENTADOS

Había acudido al monasterio de Santo Domingo de Silos por tres motivos, a saber: encontrar la paz interior que tanto necesitaba; conocer y compartir las vivencias de otra gente, de otros desorientados y, por último, y no menos importante, reflexionar sobre mi escritura, impregnarme de la sabiduría que rezumaban los claustros en sombra del monacal recinto.

Ya en mi austera celda recordé los versos de Fray Luis de León: «¡Qué descansada vida / la del que huye el mundanal ruido…!», y sentí que me esperaba una semana de sosiego y plenitud, pero en esas sonó el móvil: «Hola cariño, ¿cómo te va?». Acababa de aposentarme y ya Estela me estaba demandando la primera novedad. Fue inevitable, entonces, evocar a Santa Teresa de Jesús, y, aunque yo no deseaba morir, no aún, su glosa resonaba en mi oído: «Vivo sin vivir en mí…», me repetía, compungido, mientras atendía como podía la llamada perentoria de mi esposa. Y era ya San Juan de la Cruz con su Cántico Espiritual quien hablaba por ella: «¿A dónde te escondiste, / Amado, y me dejaste con gemido? / Como el ciervo huiste, / habiéndome herido; / salí tras ti clamando, y eras ido…». Y ahí supe que mi intento era baldío, que no debía abrir los e-mail y que debía sumergirme en la vida cotidiana del monasterio, con sus vigilias, laudes y completas.

Compuse como pude estos versos mirando al ciprés por mi ventana:

«Vine a buscar la incierta paz un día
en torno del silencio que te orilla,
y hoy vas en mi cartera, con quien amo,
oh, dédalo fatal, foto amarilla».

Al cabo hice la maleta y me dije que habría de volver al año siguiente… sin ordenador, sin móvil… Ya en el camino de vuelta no dejé de oír la voz del místico: «… pasó por estos sotos con presura…». Y me dije que el hallazgo del lenguaje, el prodigio de la lengua española habría de esperar hasta el próximo año.

Juan de Molina
(IX Antología)


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