Cuenta don Miguel de
Cervantes en la segunda parte de su Quijote, que recibió oferta del emperador de la
China, nada más y nada menos, para abrir allí un colegio del que se le
nombraría rector. Oferta nada despreciable para un hombre que no había pasado
nunca del sueldo de simple soldado, preso en Argel por los moros y luego en
Castilla, por no se sabe qué líos de recaudación de impuestos. No obstante,
rechazó la oferta tan tentativa y redactó una carta de la que hemos sabido de
segundas. La carta iba dirigida a un tal Avellaneda, plagiario desafortunado de
su ingenioso Quijote, y en ella
decía:
«Muy estimado señor
Avellaneda:
Se sorprenderá vuestra
merced al leer las letras cuando descubra el puño del que fueron escritas.
Deseo decirle que aunque encuentro un desacierto su obra, no le guardo rencor y
para demostrárselo le remito una oferta que con gusto sé que aceptará. El gran
kan de la China me ha propuesto abrir colegio en las tierras del lejano Oriente
y he pensado en vuestra merced. Los años ya me pesan. Después del cautiverio en
Argel y recorrer tierras del reino, siento cercana la muerte y no me quedan
fuerzas para realizar semejante viaje.
Por eso se me ha
ocurrido que ya que una vez intentó hacerse pasar por mí con tan poco éxito,
pueda vuestra merced intentarlo una vez más sin tanto riesgo, pues la posta con
la que me llegó el mensaje, recibirá recompensa si consigue el acometido del
gran kan.
Ruego a su merced,
acepte mi humilde propuesta y mi deseo de mucha suerte allá por la Cochinchina.
Suyo, Miguel de
Cervantes».
La carta cuelga en una
de las paredes del no hace mucho inaugurado Instituto Cervantes de Shanghai,
que visité el pasado verano.
Beatriz Gómez-Pablos
Profesora de Lengua y Lingüística españolas en la Universidad Comenio
BRATISLAVA (Eslovaquia)
(VIII Antología)
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