-¿Tú crees, Sancho, que
la historia nos absolverá?
-Depende de quien la
escriba, mi señor.
-Dices bien, pues plumas
hay que ennoblecen al tirano y tornan culpable al gobernado. Y te diré más: que
redacta el escriba al dictado de su señor, y crónicas mercenarias hay tan en
abundancia que no bastarían los estantes de la Biblioteca de Alejandría para
contenerlas, si no fuera porque la barbarie tiempo ha que destruyó para siempre
tan preciada estancia del saber.
-Pues lo tenemos crudo,
mi señor don Quijote, que no es precisamente plata lo que nos sobra con que
pagar a un amanuense que cuente nuestras gestas. Quiero decir las vuestras, que
las mías ni gestas son ni cosa que se les parezca.
-No desmerezcas tu
importancia, mi buen amigo Sancho, que uña y carne somos en esto de hacer
Españas. Y el uno sin el otro somos como un ciego sin lazarillo o una aurora
sin ocaso…
-O una bota sin vino o
una olla sin morcilla…
-Ahí te duele, ganapán,
siempre prosaico en tus filosofías.
-¿Cómo pudiera ser de
otro modo, mi señor, si no comemos?
-Has de saber, buen
amigo, que se cavila mejor con la panza vacía, los pies calientes y la cabeza
oreada.
-¿Y de qué aprovecha un
sabio muerto de hambre?
-¿Osas contradecirme?
-Oso recordaros que el
ruido que acompañan vuestras elevadas razones no son otra cosa que mis tripas,
que me distraen con su alboroto, bien sabe Dios que muy a mi pesar, del hilo de
vuestro discurso.
-A fe mía que por estas
y semejantes situaciones comprendo que don Miguel te diera vida a mi lado: luce
más mi galanura cerca de tu tosquedad.
-O sea, que vamos a
comer…
-Tú lo has dicho…, y que
la historia nos absuelva.
Juan de Molina
(VIII Antología)
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