LlUEVO
«Estás idealizando. España… Europa… la tierra prometida…
tu trozo de pastel… Créeme. Sé lo que digo. Sé que apenas hablarás con nadie
que no tenga la piel tan cetrina como tú, y que te mirarán con lástima o con
asco, y que te acusarán de robarles el pan de sus hijos, y de arruinar con tu
inmunda presencia el núcleo comercial de la ciudad; y que serás pasto de
pintadas en muros de suburbio, y carne de cañón en las comidillas de los bares,
y víctima de las sobremesas de las españolas, que, mientras invitan a las
vecinas a tomar café en sus tazas de Lladró, esbozarán sobre una mesa camilla
convenientemente atildada chascarrillos acerca de tu ingrata presencia en el
país, y rezarán a los santos para que les concedan un poco más de mano dura con
los inmigrantes, añorando la época en la que los políticos montaban a caballo,
y si no les conceden el capricho, incitarán a su hijo para que pueda actuar a
su antojo, libre de manos y de pies, que para algo le regaló ella a su Borjita
las botas de tacón con punta de acero reforzado. Y cuando no tengas a nadie con
quien hablar, a no ser tus propios compatriotas, te acusarán de hacer de los
locutorios tu casa. Claro, Edmundo, es que no te integras. Menos mal que cuando
arribe la Navidad te convertirán en mártir de sus bonitos deseos para el año
entrante, y vivirán esos días en familia, aunque a ti no te sea posible, aunque
tú no me puedas abrazar, si es que a esas alturas todavía te importo algo…».
Entonces comienzo a lloviznar. Edmundo para el motor de
la furgoneta, me abraza, y acerca su boca para beber de mis ojos la última
lluvia boliviana.
José Agustín Navarro Martínez
Economista
(VIII Antología)
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