MECÁNICO DE UN BARCO PETROLERO
En el Dimna, un barco petrolero que bordea las costas de
África, se habla inglés, portugués, griego y árabe. Solo Arturo habla español,
pero no tiene con quién desde que se embarcó en él para olvidar a España y, en
ella, un amor.
Siempre anda en las entrañas del Dimna, con su mono sucio
de grasa. Émbolos, poleas, tuercas, cadenas y motores ensordecedores lo cercan
en la oscuridad. Y cuando dolor, suciedad y locura pesan sobre él más que todo
el Dimna en sus anchas espaldas, se arrodilla y grita hasta la afonía los
versos del único libro que encontró en el barco, en la maleta del difunto
capitán, que lo sacuden y purifican en español y le ponen pájaros en los
hombros y ríos en los ojos. «Nuestro lecho florido, / de cuevas de leones
enlazado…».
Él arregla todas las máquinas del barco, pero a él solo
lo arreglan esos versos. Puede fallarle todo, pero no ellos, fluviales, labrados
en el mismo idioma con que su madre lo acunaba. Solo ellos lo levantan del
suelo y le cincelan el corazón en el yunque de un ángel majestuoso y lo
encienden de amor y luz cuando el alma se le pone negra como el carbón que lo
ensucia. Ni la fealdad y la oscuridad de todos los Dimnas del mundo pueden con
esa «llama de amor viva», esa «cristalina fuente», «las ínsulas extrañas». Los
motores son alemanes, pero qué bien se saben ya esos versos escritos en la
lengua materna de Arturo para siempre, porque él los grita a pleno pulmón mucho
más alto que ellos: «¡Oh bosques y espesuras, / plantadas por la mano del
Amado!...».
Y ellos lo salvan de la locura, la desesperación, la
grasa, el carbón, el estruendo. Y la tripulación se ríe. No ve su catedral de
versos transparentes. «Ya está aquí el loco», dicen. Pero tan solo a él, cuando
atardece, le regalan sus saltos los delfines, porque nada es más puro que sus
ojos.
Jesús Cotta Lobato
Nacido en CÁRTAMA
(Málaga) en 1967
(X Antología)
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